Los niños siguen jugando
- Lucía Chiola Iannone
- 5 abr 2020
- 2 Min. de lectura
“El mundo paró” es la frase que recorre todos los medios, las publicaciones en redes sociales, las conversaciones por videollamada con seres queridos, las cadenas de Whatsapp. “El mundo paró” dicen todos, y se ve que les suena poético o que lo dicen porque está de moda. Mientras esta frase hecha se escucha en la televisión de mi casa, en la que existe la maldita costumbre de tenerla de fondo durante todo el día, logro percibir otro sonido. Una risita inocente, palabras mal pronunciadas, la música de los juguetes a pila. Es un niño jugando, mi vecino de dos años. Ajeno a la realidad mundial, a lo que dice esa televisión que muchos mantienen encendida sin descanso, juega. El mundo paró, pero los niños siguen jugando.
Su inocencia les permite seguir creando, seguir imaginando, seguir inventando realidades alternativas a esta tan desagradable, y nos llevan con ellos en ese viaje creativo y sobre todo necesario. No saben lo necesario que es que sigan jugando, no se percatan de que probablemente estén salvando al mundo así. Ellos hacen. Y así su acto es el más puro, el más auténtico. Salvan a sus padres de llenarse de una cantidad desmesurada de noticias negativas y a gente como yo que goza la suerte de oírlos por la ventana y abandonar, por un momento, el mismo panorama.
El mundo no está parado, hay seres en él que siguen imaginando, soñando, esparciendo la sensación de que todo estará mejor. En un juego. En una videollamada. En una ocurrencia. En un “te quiero” mal enunciado. Puede frenarse la economía, cerrarse los locales, perderse la esperanza, pero los niños no detendrán su juego. Aunque no haya autitos, ni muñecas, ni libros, ni pelotas. Cualquier cosa es un objeto apto para la diversión, para el viaje hacia lugares que no existen en la mente adulta.
¿Por qué perdemos eso? Nos parece que el mundo paró porque se detuvo todo lo que conocemos y ya no tenemos la capacidad de inventar más allá. Porque muchos, con un plato de comida y las necesidades básicas totalmente cubiertas, insisten en quejarse, en dar al planeta por acabado. Podrían mirar hacia abajo, hacia el piso de goma, o por la ventana, en donde se oyen los pequeños vecinos. Allí está la clave, en seguir jugando. No todo está acabado. Hay esperanza y está ahí: en las manitos pequeñas, en las vocecitas agudas, en las ocurrencias que nos suenan inverosímiles.
Más allá del personal al que seguiremos aplaudiendo religiosamente porque merecen eso y mucho más, no nos olvidemos de los niños, que tampoco paran. Cumplen su tarea a rajatabla, no dependen de la tecnología, ni del home office. Les basta un simple muñeco de peluche o un camión de plástico para reafirmar su esperanza. Hay un mundo mejor. Y si no está en el futuro, es posible crearlo.
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Lucía Chiola Iannone
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