Pasajera de subte
- Lucía Chiola Iannone
- 15 nov 2019
- 3 Min. de lectura
Un olor que me recuerda al perfume de mamá.
Una señora que teje y desteje con la misma habilidad que lo hacía mi abuela, deduzco que esa generación cuenta con un gran talento para el crochet.
Una mujer sube y se para enfrente mío, la miro, sus ojos tienen lágrimas. Me pregunto si acaso acaba de perder el trabajo, si está yendo al hospital a ver a un familiar o si simplemente así es su mirada: húmeda y triste, la vida es difícil para todos, pero para algunos lo es más.
Intento generar complicidad con la pasajera de enfrente, pero no levanta su mirada del celular, si tan solo supiera el escenario que se pierde por estar inmersa en ese mundo digital. A su lado, un hombre lee el diario, en la tapa alcanzo a ver muerte, destrucción y pobreza, lo mismo de siempre, me juro crear un medio que imprima algo distinto a ese panorama tan desalentador.
Un niño usa el respaldo del asiento como pista de carreras, y deja que por allí se resbalen sus autitos, mientras su mamá lo observa con esa felicidad que te genera ver la sonrisa de quien amás, y con un poco de cansancio también, parece madre soltera.
Un bebé llora, el padre avergonzado no sabe callarlo, todos lo miramos, algunos con mala cara, yo intento que mis ojos le digan que no pasa nada, que me pongo en su lugar.
Un señor vende algo que no entiendo para qué sirve, pero nos asegura a todos los integrantes del vagón que sale la mitad de lo que cuesta en un kiosco.
Dos chicas se ríen y hablan a los gritos, me pregunto si soy igual cuando viajo con mis amigas. Seguramente sí.
Un turista mira los carteles sin entender cómo viajar, pienso que yo sé cómo hacerlo, pero nunca sé a dónde voy, ¿hay que saberlo?
Sube un músico que probablemente sea uno de los más talentosos del país, pero se resigna a deleitarnos dentro de ese miserable vagón acariciando su saxo por unos pocos pesos.
Yo miro, como si fuese espectadora de la mejor obra de teatro, con los personajes más variados. Intento entender la historia de cada uno, hago conjeturas, invento e imagino cómo son sus vidas.
El subte se detiene, una voz anuncia la estación y bajan las personas con sus historias al hombro, cargando con sus penas o mostrando con orgullo sus alegrías. Yo, por mi parte, me quedo, todavía me esperan algunas estaciones más.
Mientras el vehículo se pone en marcha nuevamente, intento razonar la existencia de tantas historias coexistiendo en un mismo lugar sin conocerse entre ellas, y me maravillo aún más al descubrir que así sucede en el resto de los subtes de esta ciudad de la furia y en todos los lugares del mundo, en las calles, en los aviones, en las casas, en los negocios.
Abundan las personas llenas de cosas para contar, abundan las tristezas y también las alegrías. Abundan las señoras tejiendo, las mujeres llorando, las personas inmersas en sus celulares o en el diario del día, los padres cansados, los niños jugando, los vendedores y músicos callejeros, los turistas y todos aquellos tipos de pasajeros en los que pienso justo antes de que una voz anuncie “Plaza de Mayo”. Mientras desciendo, concluyo en que así como abundan las personas en el mundo, abundan los mundos en las personas.
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Lucía Chiola Iannone
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