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  • Foto del escritorLucía Chiola Iannone

Un paquete de pañuelos

Subió al colectivo. Indicó la parada al conductor. Caminó hasta el centro del transporte. Estaba llorando. Se apoyó contra la ventanilla y dejó las lágrimas caer. Muy probablemente, no pudiese evitarlo. Lo hacía desconsoladamente. No sé qué la entristecía. Yo era una simple pasajera más. Ese día estaba, al contrario que ella, particularmente feliz.

Mi viaje transcurrió entre conjeturas, pues muchas son las cosas que pueden afligir a alguien. Imaginaba cómo podía ayudarla. Si hubiese tenido la valentía suficiente, la hubiese abrazado espontáneamente. Incluso me podría haber acercado a hablarle, preguntarle qué le sucedía, aconsejarla desde el lugar de extraña. Pero nada de todo eso me convenció y me quedé inmóvil, aguardando el momento de bajar.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un chistido. Fue una gran sorpresa la que me llevé al levantar la vista: un hombre le extendía un paquete de pañuelos a la chica en la que yo pensaba segundos atrás.

Éramos varias personas en ese colectivo. Todos la habremos visto llorar, muchos nos habremos preguntado qué le pasaba y la gran mayoría debería tener pañuelos en la mochila. Sin embargo, nadie hizo lo que ese hombre. Eso lo convertía en un héroe.

Él tenía el don de la oportunidad. Supo usar esos trozos de papel envueltos en plástico como nadie más en ese lugar. Se los alcanzó a la chica y volvió a lo suyo. No necesito de la palabra, ni del abrazo para aliviar su dolor, para cambiarle el día. La bondad le fue natural, sin ningún esfuerzo nos dejó una gran lección a todos los que gozamos la suerte de ver ese acto.

Son esas las cosas que te devuelven la confianza en la humanidad, que cuando estás pensando que el mundo entero te odia, como debería estar pensando la protagonista de esta historia, te demuestran que no es así, que todavía queda gente buena. No creo que ese hombre se haya percatado de la grandeza de su acto. Es probable que tampoco descubra que escribí sobre él, ni que le sonreí con admiración aquella vez, ni mucho menos que lo que hizo significó un gran aprendizaje para mí. Pero ahí estaba yo, siendo testigo de ese gran ejemplo, y hoy es mi tarea contarlo.

Lo lindo de estar en la calle es presenciar estos momentos mágicos, pequeños retazos de la vida de alguien más que te llenan el alma. Ser observador de las hazañas de estos héroes silenciosos, que transitan por el mundo con humildad salvando a ciertas personas en el momento indicado. Héroes silenciosos, esos que no tienen superpoderes, pero tampoco los necesitan. A ellos les basta algo tan simple como un paquete de pañuelos.

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Lucía Chiola Iannone

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